Seudónimo The Elephant
Todo comenzó aquí. Cuando eres niño, las cosas se ven de diferente manera, que cuando la vida ya te deja alguna cana y alguna arruga sobre tu rostro. Se piensa y se recuerda que de niño las montañas se ven más grandes, ves más grandes los árboles. Los animales domésticos parecían más mayores. Los animales salvajes te parecían realmente grandes y peligrosos. Incluido mi pero Tuli, sí ese perro pequeño, que mi adorada abuela me regalo. El nombre surgió de la margarina Tulipán, le quite el pan y el nombre quedo Tuli, un nombre precioso para mi primer perro. Mi primera inseparable compañía.
La misma abuela comprendió el sentimiento que sentía hacia los animales y un día quiso invitarme a algo que realmente me marcaría para siempre. En los campos y llanos de Castilla donde se asentó la VII Gémina y junto a sus ríos, en sus riberas, en las fiestas de verano se asentaba el Circo Price. Allí nuevamente me llevo a ver sus carruajes, llenos y cargados de todas las cosas inimaginables y en ellos venían animales no conocidos para mi.
Cogido de su mano me acerco al conjunto del circo. Todo parecía más grande, ver cómo los hombres gritaban y otros daban órdenes para montar las carpas y descargar todos los enseres. De ellos bajaron leones, tigres, caballos y los más grandes que yo nunca había visto nunca, un enorme animal con un brazo en la nariz. -Me dijo, es un elefante-, grande, muy grande me pareció, más grande que aquellos que yo tenía en mi mente en los sueños de “El Valle de los dinosaurios”.
De cerca lo ví y me causo una sensación difícil de definir. Movía la cabeza para un lado y para el otro constantemente, constantemente se movía.- Mi abuela me prometió, que cuando todo este preparado te traeré para que lo vea más de cerca. Cinco días después me llevo nuevamente. Allí está, estaba cercado y seguía moviendo la cabeza de un lado para otro constantemente, alguna vez levantaba su brazo surgido de su nariz, -su trompa me decía mi abuela- y me acercó a el, no sentí temor como lo sentía ante la jaula de los tigres o de los leones. Sentía una sensación de estar ante una gran montaña con patas con un brazo en la nariz.
Nunca había visto algo parecido, ni en la realidad, ni siquiera en mis sueños de infancia. Ese animal había conquistado mi corazón ante su grandeza y ante su diferencia de todo lo conocido hasta ese momento.
Ella me dijo, el domingo te traeré al circo. Pacientemente espere ese domingo, me puso la ropa de los domingos, me dio la propina y me dijo, vendrás conmigo a misa, pero hoy no iremos a San Marcelo iremos a la iglesia más grande, La Bella Leonina. Allí dentro había olor a cera, el olor a incienso y los reflejos de los colores de sus vidrieras, que el sol deslizaba por el suelo de piedra. Me hizo sentir como un día especial que me marcaría como persona y hombre. El olor de la cera, el olor del incienso y las luces de colores no impidieron que mis pensamientos estuvieran en otro lugar, en el lugar donde dormía el elefante.
En la explanada, al lado del río, al lado de los chopos, estaba la carpa donde por la tarde entramos, y… después de los payasos, de los trapecistas, los cómicos, de ver los leones cruzar una aro de fuego. Apareció el gran animal, ahora me parecía todavía más grande, posiblemente por el lugar donde estábamos. Le vi, me fije en lo que hacia, como obedecía, como su caminar era lento y pesado, como una montaña andando.
Cuando el circo terminó, creo que había conocido algo que estaba en mis sueños de aquellos libros, de los que salían en los cuentos. Solo que esta vez era real y vivo, lo que yo había conocido.
Y ahí en ese lugar comencé a amar a uno de los seres vivos que otras culturas que viven donde nace el sol, les consideran sus dioses. Otros hombres los domestican para que les ayuden en crear alimentos para sus familias. Los respetan, los veneran y los cuidan hasta que la vejez de los años, los llevan al paraíso de los elefantes.
He leído mucho sobre ellos, he pensado mucho en ellos, admiro y respeto a las personas que los protegen los cuidan y los permiten ser libres.
En ese lugar, en los campos bajo las choperas nació el seudónimo, The Elephant
El Elefante.
Animal herbívoro, no carnívoro, no violento, un animal pacifico.
Un elefante lleva luto por sus parientes, presenta reacciones dramáticas ante el cadáver de otro elefante. Respeta huesos y restos de otros ejemplares de su especie. Cuando reconoce un cadáver de un elefante regresa sistemáticamente a investigar los huesos y colmillos regados por el camino. Un elefante siempre visita los huesos de sus parientes.
Un humano luce orgulloso su bestialidad y vive 80 años. Vive 80 años pero…, maldice… su transitoria inmortalidad; muy poco tiempo para aprender lo que le está permitido a un elefante. Un hombre puede emocionarse con la inteligencia y sensibilidad de estos animales, con la atención de las madres con sus crías, con sus juegos y reyertas, poderosos, grandes y terriblemente pacíficos con su especie. He mirado esos ojos de los elefantes a los que hombres con poder se deleitan fusilando cobardemente. El hombre luce orgulloso su bestialidad descendiente de “gabacho” orondo en su libre albedrío y en pleno desuso de sus facultades mentales.
Mi padre pensaba que los elefantes pensaban en el futuro. Si es cierto; pero un elefante entra corriendo en una cacharrería de Kenya. Las calles son estrechas y las casas frágiles. Un cuerpo de elefante es torpe y pesado. La carrera del elefante arrasa con las casas y las cosas.
A eso el hombre lo llama barbarie, devastación, lo llama violencia, agresión de bestia, lo llama, como lo llama. No lo llama dolor de animal herido. No lo llama horror de animal desamparado. No lo llama animal perdido tras la manada.
Entonces el hombre grita, constata sus daños en la comisaría más cercana a su domicilio, que ya no existe porque pasó un elefante desamparado. Nadie repara en un elefante solitario animal herido que tiene hambre y tiene sed y que está perdido en la evolución.
Un elefante mira como sus colmillos, le crecen como a los niños los dientes de leche. Pero viene el hombre y se los roba para peones de ajedrez, figuras de marfil, piezas de dominó, instrumentos musicales, mangos de cuchillo, aisladores eléctricos, bolas de billar. Lo transforman en Elefante Blanco. El resto se lo disputan los ilógicos zoológicos, de turno.
Un hombre asesina elefantes sin medir las consecuencias para el resto de la manada al desatar estallidos de dolor. Eso no lo entiende Juan, eso no lo entiende el papa Ratzinger. Eso no lo entendieron nunca los hombres organizadores de los safaris; para los hombres élite.
Los elefantes visitan a sus enfermos como manda el cristianismo, sienten algo parecido a la compasión. Se ayudan, se acompañan cuando están enfermos y se rinden homenaje cuando alguno fallece. Una elefanta que agoniza, es una elefanta protagonista. Entonces recibe asistencia de alguna hembra de otra familia, intenta ayudarla a incorporarse varias veces con sus colmillos. La elefanta muere y allí mismo recibió las condolencias de otras familias. Muestran dolor por el cadáver, lo huelen lo tocan con sus colmillos y patas. Es genuino interés por sus enfermos agonizantes o ya muertos, aun sin tener un vínculo directo.
Debemos ser como los elefantes…..con grandes y pesados pies, para ponerlos fijos en la tierra y no elevarnos de la realidad de la misma. Con orejas grandes… para oír y escuchar los problemas y no actuar a ciegas.
Con boca chica…. para no andar parafraseando y hablando de aquello que no sabemos. Con largo colmillo… para saber actuar en los momentos difíciles de la vida. Tener la piel áspera y dura… para aguantar los embates de los demás, cuando la vida nos da la espalda. Tener la cola….corta, sí corta, muy corta…, para que nadie pueda hablar mal de nosotros.
Tener memoria…. para no olvidar jamás quien hemos sido y de donde hemos venido.
© 17 abril 2012
The Elephant
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